sábado, 31 de octubre de 2015

Anacapri: La canción del cielo

Entrecierro los ojos para afinar la vista pero no puedo distinguir la línea del horizonte que separa el cielo del mar. La melodía del sol y del viento me hipnotiza por su encanto  ¿Acaso estoy flotando?

#AnacapriIsCalling



Si el nombre “Capri” despierta automáticamente pensamientos paisajísticos, ¿qué decir de Anacapri? “Ana” en griego significa “arriba” y la denominación “arriba de Capri” es muy acertada para una comuna que es un verdadero mirador 360 grados de la belleza de la isla italiana. Aunque su nombre no tenga tanta notoriedad, es un punto imperdible de la visita, un lugar ideal para alojarse y un destino energético para reconectar con la naturaleza.

En Anacapri el sol pega sin interferencias. En primavera, sus callecitas angostas son mucho más pacíficas que las del centro de Capri. Abundan las villas históricas además de los complejos hoteleros con vista al mar. Un pequeño pasaje nos lleva a otro todavía más estrecho y encantado y, sin darnos cuenta, llegamos a una galería larguísima donde se encuentran las principales boutiques y tiendas de artesanía local. En Anacapri corre un aire chic más auténtico que en el centro isleño porque todo presenta un halo casero y menos globalizado.

Cuando pensamos que ya nos encontramos en la cima del mundo, vemos que una aerosilla nos puede llevar todavía más alto y no podemos resistirnos. El ascenso hacia el Monte Solaro deja ver la prolijidad de las típicas edificaciones blancas de la isla en compañía de algunas nubes rebeldes. Con 589 metros, es el pico más alto de Capri. La anticipación nos invade y, cuando finalmente llegamos a la inmensa terraza, no sabemos hacia dónde mirar.

Celeste, azul, celeste más claro y una tenue neblina que difumina el horizonte. El cielo perdió sus confines. Respirar el aire del mirador del Monte Solaro es estar inmerso “nel blu dipinto di blu” original. Las vistas casi aéreas nos hacen volar y  perder la proporción de las distancias. El azul intenso del agua llega a la costa como un encendido verde agua completamente cristalino adornado por los pájaros que, minúsculos a la distancia, dan vida y movimiento a esa escena inverosímil. 

El mar Tirreno es un verdadero espectáculo por lo que se hace inevitable acercarse a la baranda y mirar para abajo. Contemplar aquella maravilla sin poder tocarla despierta l’appel du vide, la llamada del vacío, esa incomprensible sensación de magnetismo que generan los precipicios. El paisaje es imponente e imposible de poseer. Hacemos lo que podemos con nuestra cámara de fotos para intentar captar esa inmensidad y capturamos los famosos Faraglioni desde el ángulo ideal pero nada es suficiente. 

Más adelante, encontramos la célebre estatua del emperador Augusto y, justo en frente, una terraza con sillas y reposeras en la que vale la pena aprovechar un momento de relax. En el fondo, un bar con un nombre muy acorde al escenario: “La canzone del cielo”.  Embebidos en el paisaje azul, vemos una montaña enorme que parece flotar y sabemos que es el solemne volcán Vesubio. La suave brisa mediterránea sumada al tierno calor del sol primaveral crea el ambiente perfecto para relajarse, tomar conciencia de dónde nos encontramos y apreciar la magia de aquel momento soleado. La paz es hipnotizante y la temperatura es ideal. Estamos a pasos del cielo, inmersos en la búsqueda de un horizonte desdibujado por la bruma del Tirreno y encandilados por la luz de aquel mirador de ensueño. Tímidamente, deseamos que aquel instante sea eterno.

Después de ese día, esos rayos de sol los llevamos dentro. Visitar Anacapri es vivir la cancion del cielo, sentir su poderosa energía, volar con los ojos y el corazón y, por sobre todo, descubrir que en algunas coordenadas geográficas el cielo no tiene límites.


#TheMapIsCalling








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